miércoles, 8 de febrero de 2012

Los Relatos de La Furcha II

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La Barraca de Quintanar

Es otoño, la estación de las setas. Macario y su nieto pasean por el camino de Las Madroñeras, portan en su cesta de enea, una pingüe pero exquisita cosecha de 2 boletus.
- Y dime Jairete, ¿ya has encontrado algún trabajo apañado?
- Bueno, he logrado un par de entrevistas, el lunes voy a Camuñas a...
- ¡Camuñas!, allí conocí a tu abuela.
- ¿De veras?, ¡Cuéntamelo!
- Si, si, pero vete con cuidado alma de Dios que ahí detrás te has dejado algo.

Macario, a sus casi 80 años está naturalmente, limitado en sus facultades físicas y sensoriales, pero su mujer, Vicenta, a la que conoció en Camuñas, protesta diciendo: "Este viejo cotral tiene achaques para lo que quiere, para echarme una mano en casa está muy mayor, pero para ir a ver al Teófilo de Dios no tiene penas, no". Jairo mueve con la vara de roble que porta, el pequeño montículo de hojas de castaño que le ha indicado su abuelo, y descubre admirado que la pequeña elevación se debía al crecimiento de un boleto - ¡Qué fino es! - piensa, mientras lo limpia con su navaja y se asegura de que no haya otro en las cercanías.

A unos 100 metros, el camino da una curva a la izquierda y pasa de la umbría a la solana, luego hay un estrecho puente medieval que cruza una garganta. Macario se viene relamiendo desde que bajaron del coche el objetivo de sacarle un cigarrillo a su nieto y fumárselo junto a él en este paraje idílico. - ¿Me darás un cigarrillo cuando lleguemos a la curva de "Los Minchones"?, quieres que te cuente lo guapísima que era la abuela, ¿verdad? -
- Ya sabes que no puedo - contesta, pero lo cierto es que sabe que se lo dará - si se entera mi madre nos prepara un 2 de mayo... ¡vaaale!, te daré un cigarro - dice imitando el trastabilleo de las erres de su madre - pero luego habrá que pensar en algo para tu aliento -
- Ya he pensado en eso - le contesta mirándole a los ojos, luego abre su gabán por la solapa para que Jairo pueda ver el bolsillo interior y con una sonrisa de pícaro le dice - Teófilo y yo hemos montado una pequeña destilería.

Los dos ríen, el abuelo se apoya en su bastón para gastar más energía en su carcajada, el nieto se muerde el labio inferior y deja escapar su risa únicamente por su enorme narizota oscilando su cabeza de lado a lado. - el aliento a tabaco lo quiere enmascarar con aguardiente – deduce Jairo.
Macario sabe que Jairo no le traicionará, es de todos su nietos, el más afín, ¡este es un golfante!, mucho más divertido que los hijos del Dr. Angustias o que los de Doña sabidillas que son más pánfilos que el Marqués del Real Acierto, que era ginecólogo.

El abuelo risueño se coge del brazo de su cómplice, reanudan su camino hacia el cigarrillo prometido y la historia de cómo conoció a Doña Vicenta comienza:
- Corría el año 36, en plena República, yo era el administrador de Venta Jovita, un fincón del Marqués de Alcolea que era un gilipollas de mucho cuidao, mira, ahí hay otro par de boletos. - Jairo toca la parte inferior de los sombreros para estimar su firmeza, uno de ellos está pasadillo por lo que no lo coge. A unos metros hay una preciosa amanita muscaria.

- ¡Qué bonita!, espera un momento que le saco una foto
- ¡El matamoscas!, todo un entretenimiento observar cómo caen las moscas que osan alimentarse de ella, paralizadas oiga.
Jairo encuadra, enfoca y dispara, mientras, con fingida ignorancia comenta - dicen que con estas te puedes pegar un buen viaje.
- ¡No tan bueno! y además provoca retortijones... ¿no es cierto?
- Si, algo he oído - sus miradas pecadoras de ceños fruncidos se cruzan y el aprendiz piensa: - ¡eres un figura! - Ríen.

- Volvamos a Camuñas, ¿no te parece?
- Si, si... estábamos en las Ventas de Retamosa.
- ¡Qué retamosa, ni retamosa!, ¡La Venta Jovita!
- Eso.
- Vale. Pues como administrador que era, recorría los pueblos de la zona negociando el precio de la uva, la aceituna... contratando jornaleros...
-Pero la abuela nunca trabajó en el campo, ¿verdad?, ella era maestra
- Si, en Quintanar, pero aquel verano y otros más, formaba parte de un teatro ambulante, “La Barraca de Quintanar de la Orden” y así fue como nos conocimos.
- Cómo, ¡La viste actuar y te quedaste prendao!
- Me los encontré en la carretera averiados y les remolqué hasta el pueblo. Como aquellos coches eran tan pesados, la soga se rompió 3 veces antes de llegar al taller de Marciano. Además es que la soga estaba hecha un asco, ellos tenían cuerdas mejores pero yo me quise hacer el chuleta: - No estropeen ustedes su cuerda que esta mía aguantará - les dije. Cada vez que se rompía le hacía un nudo llano y claro, quedaba más cortita, cuando llegamos al taller éramos un espectáculo.

- El taller de Marciano, ¡tú sí que eres un buen marciano Macareno!
- Vicenta estaba divertidísima, era la que mejor se lo pasaba y contagiaba con su risa a todos los demás. ¡Ya no hice más nada en todo el día!, me refiero al trabajo, pasé toda la tarde con la farándula aquella. Como su camión (bueno camión, era un Ford A como el que yo usaba pero de chasis más grande), era parte del escenario y el Marciano era un rato lento... llegaba la hora de la función y aún no estaba reparado. Así que los remolqué hasta la plaza mayor, hicimos la función, y después de vuelta al taller.
- Cómo, ¿Tú también actuaste o qué?
- No, no. Le ofrecí el coche del marqués a aquella guapísima muchacha, ella cogió el megáfono y le dimos unas cuantas vueltas al pueblo anunciando la función. - ¡Camuñeros, venid todos a disfrutar del teatro!... ¡Vengan niños, vengan hombres y mujeres de todas las edades!... ¡Ha llegado La Barraca a Camuñas!... ¡esta noche entremeses de D. Miguel de Cervantes, creador del Quijote!... Después, durante la función, estuve de ayudante: pasaba la gorra, organizaba al público, los críos sentaditos en el suelo a pie de escenario y las viejecitas con su propia silla justo detrás, les conseguí buenas viandas y mucho vino... ¡Que grandes personas eran!

- Genial... ¿y el patrón qué dijo de todo esto?
- Estaba de montería en Zamora, pero obviamente tardó poco en enterarse y casi me costó el empleo, ya te he dicho que era un imbécil, no me echó porque mi padre ya había sido administrador y porque yo era un digno heredero del puesto, lo cierto es que era muy hábil. Al cabo de unos meses, con la campaña de la aceituna en marcha y las siembras sin hacer, me despedí yo mismo y me fui a Quintanar a pedirle la mano a tu abuela. No me costó conseguir un empleo como gerente de una bodega.

- ¡Qué huevos tienes Macareno!
- Si - la voz de Macario se torna grave - esos huevos nos llevaron al exilio - calla y alza la cabeza y durante la pausa se escuchan dos pasos de bastón y la mano de Jairo acariciando su espalda - tuvimos suerte, mucha suerte cuando escapamos a Francia, muchos de nuestros amigos quedaron atrapados en aquella maldita guerra.

FIN
ORIGEN DE LAS FOTOS:
1.- AMANITA MUSCARIA:

2.- COMPAÑÍA DE TEATRO "LA BARRACA" DE GARCÍA LORCA:

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