martes, 22 de noviembre de 2011

Los Relatos de La Furcha


Os presento un relato que he escrito hace algún tiempo para un concurso que se celebra en la Escuela de Idiomas al que han puesto por título "Encuentros". No lo presento porque es mucho más extenso de lo que permiten las bases del concurso. Claro, esto igual no me habría pasao si me hubiera leído las bases del concurso. Para que entrara en cintura, tenía que reducirlo a la mitad y eso me daba mucha pena, así que decidí escribir otro que imagino que no puedo publicar hasta que no se falle el concurso.

Algunos de vosotros se viene quejando de que me enrollo mucho, que los post que pongo son muy largos. Bueno, pues esta va a ser mi plusmarca por el momento, por lo que espero que le echéis un poco de paciencia. Había pensado en cortarlo en dos o tres trozos y publicarlos cada 3 o 4 días, pero al final he decidido cascarlo íntegro.

Espero que os guste a todos, recibid un caluroso abrazo mis pacientes lectores.




El Apeadero de Aguas Libres



Han sido dos estupendos días de acampada con sus amigos, Manuel regresa el primero porque tiene un compromiso con la televisión, ha decidido presentarse a un casting para un concurso. Como de costumbre, atrocha por un barranco para alcanzar la furgoneta. Apenas iniciado el descenso, las piedras sueltas resbalan bajo sus pies. Con habilidad propia de otros tiempos y la sensación de haber bajado flotando, sale indemne de la pendiente.

María dormita en un tren hacia Lisboa, va a dar una conferencia sobre la Revolución de los Claveles, medio en duermevela escucha a Leonard Cohen a través de los auriculares, conectados al móvil. Sonríe recordando una frase de su locutor radiofónico preferido: “Leonard Cohen es el depresivo no químico más potente”.

Despierta de repente entre dos jóvenes muy guapos que ríen animosamente. Está aturdida. Le explican que se ha abalanzado sobre ellos, que ha llegado hasta ellos dando tumbos desde su asiento, algunas filas por delante y que han logrado frenarla antes de que golpeara la puerta del vagón, contigua a sus asientos. El móvil se le ha caído y ha quedado inservible.

María se ruboriza y pide disculpas, uno de los chicos, de rasgos orientales intenta tranquilizarla diciéndole que jamás se había abalanzado sobre él una chica tan guapa, sin que el haberlo hecho dormida pueda mermar de modo alguno la magnitud de la recién estrenada proeza. Risas. Las palabras del muchacho son como un bálsamo para María que ya no siente el calor en las mejillas. Aún un poco desorientada agradece el piropo con una sonrisa y comenta que es el primer episodio de sonambulismo de su vida.

El otro muchacho, de piel tostada y sonrisa perfecta dice:
- Vamos mujer, todo el mundo tiene alguna vez el impulso de abordar a dos guayabos. Nuevas risas de los tres durante un buen rato.
De pronto ella cae en la cuenta de que si llevaba mucho tiempo dormida quizás se haya pasado de estación. Pregunta inquieta si ya han llegado a Medina del Campo. El príncipe tuareg, con la expresión más amable que ella viera desde hacía mucho tiempo, comenta que ellos ya se subieron al tren en Arévalo, luego ya se había pasado cuando ellos se instalaron.
- ¡Mi madre! – dice María echando un vistazo al vagón, y percibiendo que los ocupantes no coinciden con las ruidosas familias que viajaban con ella desde Santander. El chico oriental le ofrece una solución.
- Estamos muy cerca de Aguas Libres, allí vive mi hermana y estará encantada de recibirte si le dices que vas de mi parte. Podrás pasar la noche en su casa y por la mañana buscaréis la forma de que recuperes tu camino.

En un principio María rechaza el ofrecimiento con un movimiento de cabeza continuo, pero no con palabras, emana de esos dos chicos una especie de sosiego, una corriente de paz, que la empuja a hacerle caso.
- No quiero ser una molestia para tu hermana…- dice María – pero el muchacho ya le tiende una tarjeta de visita donde ha escrito algo rápidamente.
- Toma, ve a esta dirección, mi hermana se llama Francisca, dile que el próximo sábado Rachid, que es este gamberro y yo, que me llamo Pionom – dice tendiéndole a la vez tarjeta y mano – iremos a comer ese lechazo tan rico, igual tienes suerte y te da un poco para cenar.

En su tarjeta, Pionom ha escrito: Pensión “Los Cerezos”. El muchacho se adelanta a su pregunta diciéndole que ya no funciona como pensión al haberse terminado las obras de una presa cercana, ahora la está transformando, ha comprado el solar de al lado y está creando un espacio de permacultura para escolares y agroturismo.
- Ah, permacultura, he oído algo sobre esto… muy interesante - comenta María.
Realiza un último intento, en vano, por hacer funcionar el móvil y regresa a su asiento en busca de la pequeña mochila. Su chaqueta vaquera cuelga por una manga del asiento frente al suyo y la mochila también está sobre otro respaldo. - ¡Caray! – se dice – ¿pero qué tipo de sueño he tenido?
Cuando termina de recogerlo todo, el tren ya está aminorando la marcha. María siente una sensación de presión en su pecho y estira su blusa como para comprobar, sin darle mayor importancia, que no hay nada. Regresa al lugar donde están los chicos para despedirse de ellos con un meso en sendas mejillas.
- Sois un par de caballeros muy amables, escribiré una postal desde Lisboa a la dirección de tu tarjeta Pionom, gracias por todo.

El tren la deja en un apeadero desierto con una tenue neblina. - Aguas Libres, no sabía que había un pueblo que se llamara así – piensa mientras ve cómo se aleja el tren, sin dejar de extrañarse de que un apeadero tan pequeño pudiera ser parada de un tren expreso. Ve una pista asfaltada, distinta de la que le han indicado seguir para llegar a la pensión. A unos 100 metros, donde la carretera se encuentra con otra de mayor entidad, hay un vehículo con las luces de avería encendidas. Sin saber muy bien por qué, quizá movida por su tendencia solidaria, María camina hacia el vehículo. A medida que se acerca va descubriendo forma y tamaño y comprueba que se trata de una vieja furgoneta Volkswagen con su rueda de repuesto apoyada en el parachoques delantero.
- ¡Qué bonitas son! – piensa y, luego percibe que hay un hombre agachado junto a la rueda trasera, pobre, estará reparando un pinchazo. Poco a poco le va llegando cada vez más nítidamente la música de Steve Ray Vaughan que sale de su interior, muhmm, ¡le gusta la buena música!


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Manuel alcanza su furgoneta, abre el maletero y deposita la mochila. Al hacerlo nota con sorpresa algunos nuevos desgarros: recuerda haber bajado de forma un tanto brusca pero no tan violentamente como para que la mochila quedara tan perjudicada. No es la primera vez que tiene que ponerle un par de parches. No le molesta, piensa que los parches le han venido dando solera a su vieja compañera de aventuras, como las muescas en el revólver de un sicario. Mientras pone en marcha el motor de “Manolita” también conocida entre los amigos como “La novia de Manuel”, sonríe y siente que el corazón se le encoge al recordar el día en que Isabelita le regaló la mochila, 15 años atrás, apenas unos meses antes de que un ictus se la llevara con tan sólo 25 años.

Como siempre, Manuel no ha emprendido la vuelta por la misma ruta del camino de ida, eso sería una pérdida de vivencias: adora perderse con “Manolita” y aunque a sus 37 años ya tiene algunos achaques, sigue disfrutando de las excursiones con sus averías, sus imprevistos y sus escaseces de combustible. Cuando ha alcanzado el alto que corona la sierra, se apea del vehículo y va hacia una peña para saborear la vista y la suavidad del viento que le mesa la oscura melena. Siente mucha paz y una punzada de melancolía al recordar aquella jornada de setas en la que saltaban contra el viento en la pronunciada pendiente de un cortafuegos y las ráfagas los mantenían unos instantes en suspensión, aquello era felicidad, era su alegoría particular de la libertad. ¡Cuánto quería a su mujer!, ¡Maldita sea la injusticia con la que se reparte la salud entre los seres humanos!

De regreso a la furgoneta, siente humedad en la nuca lo cual le extraña un poco pues no identifica la razón.
Lo único moderno instalado en “Manolita” es un equipo de música con su buen juego de bafles, posee una pantalla táctil donde es sencillo elegir música de todo tipo entre ficheros perfectamente organizados. Manuel escoge una de las muchas listas de reproducción elaboradas por él mismo, comienza a sonar “Take a Walk on the Wild Side” de Lou Reed y Manuel emprende el descenso del puerto, con la mente limpia y el cuerpo en forma. Es prodigioso cómo ha desaparecido la parestesia de su mano izquierda, - ya volverás maldita, no hay como unos baños en aguas cristalinas para mandarte a hacer puñetas.

Bajo la sierra se extiende la gran llanura de pastos que ha bautizado desde el alto del puerto como “El Serengueti”. Calcula que debe torcer hacia el este cuando tenga oportunidad, sin embargo la enorme recta que tiene por delante carece de cruces. Mira el cuentakilómetros y se ilusiona al ver que en unos 50, el marcador estará todo lleno de doses. Le encanta. Promete a Manolita que asistirá, en riguroso directo, al cambio entre el 221999 y el 222222. Luego mira el marcador del combustible y le sorprende ver que aún tiene dos tercios de depósito para gastar.

La puesta de sol se produce cuando Manuel aún no ha salido de la llanura por lo que decide parar a disfrutarla. Se detiene junto a la puerta de una finca adornado con dos enormes ruedas de tractor en sendos flancos, en la rueda de la izquierda puede leerse “La Pica” en la de la derecha, Manuel ya ha leído antes de verla “en Flandes” y cuando comprueba que lo que realmente pone es “de Flandes” le sale una de sus características risas de ojillos cerrados precedida por aguda inspiración de aire. Les debió de costar un huevo conseguir estos pastizales, esto se merece que nos fumemos un “cacharrino”.

Subido a la vaca de la furgoneta, sentado sobre un viejo cojín, Manuel termina de hacer un cigarro de marihuana que enciende mientras se pregunta dónde habrá ido a parar pues nunca había oído hablar de un predio con ese nombre. Trabaja como asesor en una oficina agraria y conoce muchas fincas, si no les hubiera dejado el mapa a los compañeros de acampada, podría averiguarlo y le pondría su particular “pica” para poder rememorar este buen rato en ocasiones futuras. El sol calienta sus pupilas, esa sí es una sensación, suele decir que nunca vestirá gafas de sol, son un artificio, un escondite, en fin, una pijada. El porro y el ocaso están calando hondo en Manuel que ahora está tumbado clavándose las barras metálicas de la vaca de su furgoneta, con el cojín doblado para mantener arduamente la cabeza lo más elevada posible y con las piernas colgando sobre el costado izquierdo de “Manolita”. ¡Caaaray, sí que es verdad que esta marihuana descongestiona las conexiones “Finura” – comenta Manuel en voz alta como si estuviera charlando con su compañero de acampadas, Jesús “El Fino”.

Cuando baja de su observatorio ya no queda ninguna reminiscencia del día, tiene el cuerpo entumecido y la piel de su cintura está fría: ha querido quedarse hasta que se vieran unas cuantas estrellas, lo cual no ha tardado en llegar en una atmósfera tan limpia. Al incorporarse ve tras de sí las únicas luces artificiales del entorno, debe de ser un pequeño pueblo, quizá a unos 40 Km. Decide que ese será su primer objetico concreto en el viaje de vuelta.

Kilómetros más tarde encuentra un cruce que seguramente le lleve hacia allí, sin embargo está a punto de pasarse de largo porque a escasos metros, detrás de una curva a la izquierda, el cuentakilómetros de “Manolita” está en lento pero seguro cambio hacia el “pleno en doses”. La oscuridad de una noche sin luna, el cansancio y el “cacharrino” que se fumó, hacen que necesite tomarse un café cuanto antes. Decide que cambiará la rueda trasera con la que acaba de pisar un pedrusco, no ha pinchado pero igual sí que se ha dañado un poco y el esfuerzo de cambiarla le quitará esta tontería que tiene encima.

Media hora más tarde Manuel está dando los últimos apretones a los tornillos de la rueda, entonces siente ganas de aliviar unos gases de sus tripas. Tiene un talento especial para lo que su mujer denominaba “súper metralletas”, así que se concentra en conseguir una nueva plusmarca en volumen, duración y ritmo. El resultado es notable y además, por increíble que puede parecer después de esta tarde noche de soledad, ha tenido una espectadora inesperada.

A María le da un ataque de risa que apenas puede esconder tapándose la boca. Manuel la oye, se gira e intenta disculparse entre carcajadas. Ella también quisiera disculparse, siente que tendría que haberse hecho notar, pero ¿en mitad de la nada?, ¡qué tontería!, ¡buen pedo, sí señor!. Las ideas se revuelven entre risas y aspavientos.
- Hola, me llamo María, me he quedado dormida en el tren y me he pasado de estación, al ver las luces de la furgoneta me pregunté si iría en dirección a Medina del Campo y podría viajar en ella.

Aún con problemas para retener el aliento necesario para una frase larga, Manuel responde a la voz juvenil que ha brotado de esa cara bonita. María descansa de la risotada con una mano apoyada en la cintura y la otra acariciándose el esternón. También su cuerpo es armonioso.
- Pues sí, yo puedo acercarla a Medina, me vendrá bien su compañía porque me estaba quedando dormido pero… ¿Sabe qué pasa?
- Oh, por favor, tutéame, creo que somos de la misma edad.
- No sé yo, si así fuera… estaría claro que te conservas mucho mejor que yo. Verás, la cosa es que no sé dónde estamos y no tengo mapa, pero opino que Medina debe de estar hacia el este, en la dirección que yo llevaba. Este pueblo, Aguas Libres, no lo había oído mentar nunca. Perdona que no te tienda la mano, María, espera que ponga la rueda en su sitio y si te apetece te invito a un café, quería haberlo tomado en algún bar pero no he visto ninguno abierto. Por cierto, me llamo Manuel.
- Muchas gracias. Encantada de acompañarte con ese café.

Después de colocar la rueda en el frontal de “Manolita”, los dos pasan a su interior a través de su puerta lateral corrediza. La parte trasera de la furgoneta es un pequeño refugio ambulante iluminado tenuemente por una lámpara china de papel, con una litera y una pequeña cocina de gas, separados ambos por una barra, debajo de la cual Manuel saca un taburete plegable que ofrece a María. Seguidamente se dispone a preparar el café.

- Yo tampoco conocía este lugar. Vengo de Santander.
- ¡Coño!, mi abuelo era de San Vicente de la Barquera.
- ¿Síii? Es un bonito pueblo… ¡Caray! Qué molinillo más chulo, no hay como el café recién molido – María aspira profundamente para que le llegue el aroma del café mientras echa una ojeada al interior de la furgoneta. – Esta furgoneta es una maravilla, siempre quise viajar en una de estas – le dice sinceramente a la ancha espalda de Manuel.
- Sí, es mi vieja amiga Manolita. Ya ves, yo Manuel y ella Manolita, infantil ¿no?

María sonríe y asiente con una ligera elevación de ceja, ahora que la música ha cesado, llega desde fuera el ruido de unos grillos.
- ¿Hacia dónde ibas?
- Tenía que haberme apeado en Medina del Campo para coger dentro de… - consulta su reloj – de dos horas, otro tren para Lisboa – y después de una pequeña pausa le cuenta cómo se ha despertado sobresaltada entre dos amables muchachos extranjeros.
- ¡Vaya! – Manuel vuelve a sentir esa sensación de humedad, se pasa su mano derecha sobre la nuca mientras con la izquierda levanta la tapa de la cafetera italiana para comprobar que el café ya comienza a subir. Con la sospecha de no tener leche en el frigorífico le pregunta a María cómo toma el café, y queda encantado de la vida, al oír que lo tomará sólo y sin azúcar. Se lo sirve sin atreverse a tomar asiento frente a ella por no abrumarla pues quedaría demasiado cerca de su bonito cuerpo. Así que permanece, en pie, apoyado contra el costado de la furgoneta. Saborea el primer sorbo.

- ¡Qué bueno está! Verás qué bien nos sienta, enseguida nos ponemos en camino y seguro que llegamos a tiempo para que cojas ese tren.
- ¡Oye. Qué majo eres! María lo dice convencida, ha notado cómo la miraba a pesar de que ha sido bastante discreto. Por su parte, Manuel no sale del todo mal parado del chequeo que a su vez le hace ella: tiene las manos aún un poco sucias después de un rápido lavado, pero se mueven con seguridad y un cuerpo estupendo, y eso que, debido a que toca el techo con la cabeza, mantiene una posición desgarbada. Entrañable, se le ve muy cómodo en la furgoneta más apañada que ha visto en su vida.

- Pero dime una cosa Manuel. ¿No tendrás que desviarte de tu camino, verdad? Me dieron referencias de una pensión en este pueble, yo… puedo pasar ahí la noche…
- No, no. Me viene bien pasar por Medina del Campo, me dirijo hacia Madrid, pasado mañana voy a un casting televisivo.
- ¿De veras?, ¿eres actor?
- ¡¡¡Qué va!!! Es para un concurso, ya sabes, este que presenta Eugenio Bravo.
- ¡Sí, claro!, ¡Llévate un millón!
Manuel ríe.

- No te preocupes, no tengo nada que hacer hasta entonces y me he empeñado en que logremos agarrar ese tren. De no haberme encontrado contigo seguramente hubiera parado en cualquier sitio a dormir.
María se dispone a enjuagar su taza, él ha salido de la furgoneta y ha encendido un cigarro.
- ¿Qué suerte haber dado contigo, Manuel, pero la gasolina la pago yo, ¿de acuerdo?

Manuel no habría querido permitirle a María que se molestara en recoger pero al verla tan resuelta le tiende su taza y saca un trapo limpio de un cajón de la barra para secarlas. Una vez que queda todo en su sitio se montan en la furgoneta y se disponen a partir.
Ya en marcha Manuel se llena de orgullo al ver que María muestra curiosidad por su equipo de música.

- ¿Qué quieres escuchar? Tengo de todo. Mira, es muy fácil – Manuel desvía ligeramente la vista de la carretera y le demuestra tocando con un resuelto dedo la pantalla táctil. Al ver pasar la inmensa cantidad de grupos de rock, folk, blues… la curiosidad de María aumenta. - ¡Es cierto: hay de todo! – piensa.
- ¡Déjame ver! – exclama y se dispone a poner realmente a prueba este práctico invento. Cuando encuentra lo que busca, siente que crece el buen rollo.
Empieza a sonar “Mr. Jones” de Tequila, Manuel mira a María entrecerrando los ojillos y apretando los labios hacia afuera en lo que ella interpreta como una notablemente buena elección. Se irán turnando en la elección de las canciones y transcurren muchos kilómetros cantando a voz en grito. Manuel entona bien y conoce muchas canciones pero cuando son en inglés, y más aún en francés, la mata de la risa. Sin embargo, el mejor de estos momentos musicales lo protagoniza María en solitario acompañando a Mariza en su “Menino do Bairro Negro”.
- Cantas como los ángeles chiquilla, dime qué dice este fado, el portugués tampoco lo domino – le dice con una pícara sonrisa.

María viaja con su cabeza apoyada contra su cazadora, convenientemente doblada para evitar el frío y la humedad de la ventanilla y amortiguar los baches de la carretera. Mientras le explica el significado del fado de Mariza, Manuel extiende su brazo derecho para alcanzar una manta que siempre lleva en una pequeña repisa sobre el asiento corrido y se la ofrece a María quien la agradece con otra de sus graciosas elevaciones de ceja. Después se hace un apacible silencio y Manuel selecciona una lista de las de “Música de Tranki”. Cuando María siente que se está quedando dormida, consciente de que siguen perdidos, pues los carteles de los pueblos que ven por la carretera no les ayudan, le comenta a Manuel que no pasa nada por no llegar al tren y que está segura de que él debe estar tan cansado como ella. Entonces le propone que busquen un lugar donde aparcar a “Manolita” y pasar la noche.
Manuel le responde que si las siguientes luces de allá abajo, que deben de estar a unos 20 Km, tampoco les sacan de dudas, le hará caso y buscará ese lugar de descanso. Sin embargo, después de un sinuoso tramo de curvas lentas, cuando se encuentran en mitad de una curva de 180 grados, los faros iluminan una enorme verja semiabierta a unos metros de la carretera, delante de lo que parece ser un convento abandonado. Manuel detiene la furgoneta.

- ¿Te has fijado? Este podría ser un buen lugar. ¿Quieres que echemos un vistazo?
- ¿Qué será? Parece un caserón de película de terror, estaba abierto ¿verdad?... ¡Venga! Echemos un vistazo… pero no entremos en el caserón ¿vale?, como mucho por la mañana cuando tengamos luz.
Manuel está de acuerdo, maniobra marcha atrás para después introducir el vehículo en el camino delante de la verja, a unos metros por si esta sólo puede abrirse hacia afuera, después se baja y la abre hacia dentro, la luz de la furgoneta ilumina una fuente delante de unas escaleras por las que se accede a la puerta principal de “Villa Tomasina”, esto es lo que dicen las letras de la verja de hierro forjado.
- ¡Caray, qué bonita debe de ser esta Villa Tomasina – comenta María cuando Manuel regresa a la furgoneta para introducirla en la misteriosa propiedad.
- Me ha parecido que al fondo de un camino que va por este lado – dice Manuel señalando el lado derecho – hay unos enormes árboles donde podemos aparcar, allí estaremos bien resguardados.

Manuel está excitado con la idea de explorar el lugar pero es consciente de que esto debe esperar a la mañana, no quisiera que ningún accidente estropeara un día tan especial. Cuando avanzan comprueban que efectivamente hay unos castaños que, a juzgar el retorcimiento de sus troncos, deben ser centenarios. Manuel permanece de pie junto a la furgoneta, le preocupa que se levante viento y que caiga una rama grande sobre Manolita. Entonces María lo llama desde más allá de los árboles y le dice que hay una marquesina que huele a galán de noche. Manuel dirige la furgoneta hacia allí, lugar que deciden definitivo.

Los dos están tan cansados como intrigados con el lugar, mientras organizan ambas camas de la litera comentan vivamente y lanzan distintas teorías sobre lo que se encontrarán al amanecer, desde que mucho antes les habrá despertado la guardia civil para echarles de allí, pasando por que serán presencia flotantes vestidas de blanco las que les castiguen por su atrevimiento, hasta el encuentro de tesoros y dineros en escondrijos secretos de la mansión.
- “Las diabólicas”
- “Psicosis”
- “El Balneario de Battle Creek”
- No, no, no, ya sé, la definitiva: “El Secreto de la Mansión”.

Como cena Manuel sólo puede aportar unas latas de sardinas y María un sándwich mixto, que les saben a gloria sentados en la puerta corredera de la furgoneta, mientras tanto disfrutan de la visión de unas luciérnagas.
- ¡Cuánto hacía que no veía luciérnagas! – dice María.
- ¡Es verdad! – y ya está yendo a por una para enseñársela de cerca. Mientras ella observa el pequeño insecto luminiscente Manuel prepara un cigarro de marihuana, se lo pasa a María para que lo encienda y se va hacia la verja para cerrarla. Cuando vuelve, ella ha servido dos vasos con el whisky que antes había visto junto a las sardinas. No llegarán a terminarse la segunda copa porque ambos habrán quedado dormidos, ella en la litera de abajo y él en la de arriba.

El estado de relajación en el que el sueño abraza a María es absoluto. Manuel se asoma desde su litera para comprobar que ella está dormida, apoyada en el córner de la litera, con la cabeza vencida hacia delante, el vaso terminará derramándosele encima. Manuel baja de su litera, retira el vaso de su mano y con mucho cuidado, metiendo un brazo bajo sus nalgas y el otro detrás de su cuello y hasta su hombro izquierdo, coloca su liviano cuerpo en el hueco que ha hecho previamente al apartar la manta y acto seguido la arropa. Ella, sin llegar a despertarse del todo se escurre hacia adentro y se acurruca como un bebé con un ligero gemido. Manuel apaga la luz y sube a su litera disfrutando por adelantado del descanso que va a llegar en breve.

María sueña que está flotando en algún lugar cálido y suave, se oyen voces tamizadas de ánimo y siente que la aprisionan y empujan a través de unas paredes que se estrechan cada vez más. De repente le entra pánico y siente que debe alcanzar el final de aquel canal lo antes posible, echa de menos a Manuel y su instinto le dice que allí se encontrará con él. Después de unos minutos de intensa lucha, las voces de ánimo suenan como gritos espantosos y pasa violentamente de una tenue luz a otra cegadora, de tener la cabeza dolorosamente comprimida a sentirla totalmente libre y pesada, en un aire helado comparado con la calidez anterior. Quiere gritar pero no puede, finalmente lo consigue, entonces una voz de mujer dice: "¡es una niña y tiene muy buenos pulmones!"

Se siente minúscula y aterrorizada pasando de las manos de la matrona a la de la enfermera que la deposita en una mesa desde la que ve a Manuel, es él, su mirada se lo dice, es un bebé rollizo y hermoso que la mira con unos enormes ojos que casi no caben en su rosada carita. Manuel está contento de verla, quisiera alcanzar la manita de su hermana melliza pero aún no coordina sus movimientos, ahora que ya no llora quizá consiga atrapar su atención y contarle el miedo que ha pasado esperándola, quiere decirle que se siente muy feliz al verla tan fuerte, que la quiere mucho, pero no es capaz sino de emitir una especie de arrullo.



FIN

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